jueves

A la mejor mamá del mundo

Cuando era niño pensaba que todas las mamás del mundo eran igual de buenas. Que lo lógico sería eso. Ahora que he crecido, las maternidades que mi profesión me ha mostrado me recuerdan el privilegio de haberte tenido como madre. Cucha, te lo llegué a decir antes, "en vida, hermana, en vida", y te lo estoy diciendo en cada lágrima y cada pensamiento: gracias por ser siempre esa maravillosa excepción, gracias porque las excepciones maravillosas son el verdadero milagro.
Cucha hermosa, nos enseñaste a poner discos en el equipo que tanto cuidaba Emilio, sabiendo confiar en tus instrucciones claras y tus advertencias de hacerlo "con harta mañita". Desde esa tarde, ya no tuvimos que conformarnos con bailarnos solo la música colombiana que ponía la televisión cuando Inravisión se demoraba en informar que "a partir de este momento comienza la programación educativa y cultural". Nos habías regalado el fuego de la música y el misterio de los discos y sus velocidades.
Supiste convertir las tablas de multiplicar y las capitales de Colombia en rimas y juegos de palabras que más allá de hacerse indelebles nos enseñaron que estudiar podía ser creativo y que el peso de toda obligación  puede anestesiarse con una pizca de humor. En vez de una asociación aburrida y arbitraria de nombres, Mitú-Vaupés, nos regalaste una historia con sentido: entre mí y tú va un pez.
En tu amorosa previsión supiste que no era imprudente enseñarnos desde niños sobre serpientes y el método más eficaz de matarlas. Las dos mapanacitas que se aventuraron más allá de los límites del canal Bogotá rumbo al paraíso de gallinas y pájaros que era nuestro solar fueron testimonio de que tus enseñanzas no eran insensatas.
Vos, Cucha, la mamá extraordinaria de tantos y tantas, hijos, primos, amigos, con quienes siempre fuiste maternal, consejera, cariñosa; con tus patacones legendarios, tus chistes agudos, tus confidencias y consejos atentos; nos enseñaste a amar sin condiciones y sin pereques, con todas sus aristas y caras. 
En lo sutil de cada momento, tu ser amoroso se manifestó para cuidar y amar. Con el huevito de yema blandita, el buñuelo en forma de muñeco o la arepita con carita feliz para Sara, Ismael. Y para cualquiera que en un momento de enfermedad, soledad o vulnerabilidad se hiciese ante tus ojos como un niño necesitado de cuidados. Porque veías con los ojos del alma. Esos ojos que te sirvieron para recordar el camino al parque de muchas cosas para llevarnos a jugar, sin que los afanes y preocupaciones cotidianas te dejaran olvidar que los chiquitos necesitan jugar, que así es como aprenden, que cuando crezcan extrañarán, recordarán y agradecerán cada pequeño juego, cada momento feliz. Es cierto, mi cuchita. Cada momento con vos es un tesoro en mi memoria. Cada aventura en moto, cada conversación, cada mimo, cada canción, cada historia, cada chiste, cada enseñanza...
Hay lágrimas de nostalgia porque tu presencia se transforma. No es tristeza. Es gratitud y saber que vos ya estarás con nosotros de una forma que aún no entendemos, que estamos aprendiendo a sintonizar. Todos te necesitamos en muchos momentos. Todos te contamos nuestras cuitas alguna vez. Todos fuimos atendidos y recibidos en tu casa, en tu cocina, en tu gallinero. A todos nos hiciste reír con tus comentarios y ocurrencias. Todo lo que siento hoy, ese montón de recuerdos, todo ese dolor de lo que ya no será igual, porque se transforma y pervive en el recuerdo, todo ese montón de momentos que vienen y van y se turnan en procesión haciéndose memoria, todo eso se resume en infinito agradecimiento por todo el amor de siempre.

domingo

ritual

Ella era un trompo, rápido y estable; plumito en la pista de la discoteca. Sus pies, fundidos con la percusión y el bajo, levitaban acariciando cada centímetro de baldosa. Su parejo la seguía sin percatarse de la latencia de sus pasos en comparación con la danza celestial de sus tenis blancos. Alrededor, luces neón y cervezas a medio terminar. Cada paso de su danza flotaba en una especie de trance espiritual de contacto con lo más ancestral de cada ritmo.

lunes

Des-solación

La soledad acecha sobre los hombros de los muertos que tratan de volver.
Tus silencios me incitan a incontables explicaciones, desde las más plausibles hasta las descabelladas completamente, y el barullo de la mente desespera. Pero no te pregunto nada; siento el deber de no hacerlo, y espero que no estés rodeada de malas lenguas en mi contra.

Mis torpes intentos de reanudar nuestra cercanía naufragan en el mar que nos separa, hasta que por milagro, una tabla abraza mis palabras y escucho de tu boca un tierno "yo también te amo".
Mis besos encuentran la ruta a tu sonrisa, pero, por el esfuerzo, no quedo saciado. Por un instante muero de miedo y cuando chapaleo por sobrevivir, recuperando la cordura, recuerdo que te dije "mañana hablamos".

Tendré una nueva oportunidad de cruzar el charco y llenar de sonrisas mi ausencia. Aunque sea diciembre y todo me recuerde tus cálidos abrazos.