domingo

Conexiones -peligrosas, pero necesarias...

Del artículo de abajo podemos hacer varias nuevas conexiones que como ya lo dijimos, son peligrosas. Pero se toma el riesgo conspiranoico de ser perseguido; de todas maneras ya estábamos en esas antes de las conexiones, porque no es la conciencia de algo lo que crea ese algo. Porque antes de que se supiera que el mundo era redondo, ya era redondo. De la misma manera, antes de poder decir que hay semejanzas mucho más graves que las que Héctor anota en su artículo entre la enfermedad y el remedio, sobre todo si se utiliza el material más doloroso y extrañamente cercano relacionado con el asunto de la muerte y el mercado de drogas en la ciudad de la eterna tramadera (porque es más la tramadera que la primavera, no sólo por los inviernos, sino porque nos estamos metiendo en un juego publicitario en el que disfrazarse de belleza hace innecesaria la verdadera belleza -a la manera en que el tramposo Pedro Urdemales vendería una mula acabada, vieja y fea: disfrazándola de mucha grupa de guirnaldas y estribos dorados).

La ciudad de la eterna tramadera nos dice que aquí no entra la violencia, nos dice que somos elegidos por el BID para hacer su cumbre. Nos dice un montón de cosas, desconociendo que tanto remedio como enfermedad están aliados para ayudarse mutuamente, ya que como la dinámica del amo y del esclavo, dependen el uno del otro. Por eso se cuidan y se refuerzan, se mantienen en la misma dinámica como un matrimonio mal hecho.

En esta ciudad de la tramadera que no quiero que sea eterna, muere una persona dentro del Alma Máter (llamado así más por tramadera que por tradición), una persona que si hubiera muerto en otro lugar no habría tenido estigma, pero que misteriosamente, bajo una macabra cristología, se hace puerta abierta, rajando el velo del templo del saber, para que entraran los gendarmes del moderno Antíoco IV Epífanes, porque más parece una versión pirata de manifestación divina que presidente democrático, quienes tres días después de la muerte de aquél (de quien no conocemos ni su inocencia ni su culpa), arrasan con todo lo que encuentran, tanto sagrado como profano, dejando claro que se trataba de un acto minuciosamente organizado, una operación jaque basada en una cristología de cruzado, digna de aquellos que atan cargas pesadas al pueblo pero no se arriesgan a tocarlas ni con la punta del dedo...

Luego de este suceso, mítico y trágico, pero también real, político y económico, encontramos rumores que buscan presentar la inocencia de este involuntario cristo, basados en la teoría del homónimo. Una teoría que siempre está presente, desde que hay memoria en este país, en los actos de violencia, tanto estatales, para estatales, como anti estatales. Siempre el homónimo, el pobre desconocido que es vuelto jugador insensato de un ajedrez macabro, indeseado y lúgubre. El ajedrez satánico. Un aquelarre de poderes y poderíos, de manos que mueven la pesadilla en que se convirtió el ensueño en que confiaba Adam Smith...

Así, luego de haber seleccionado a los lectores avezados, aquellos que pudieron continuar hasta este punto del mensaje cuyo estilo apokalíptico no los sacó despavoridos de este sitio, podemos, aunque no con total libertad, conectar los actos: es asesinado un inocente, o por lo menos en boca de los rumores, un homónimo. Muere en un lugar del que no se tiene control policial, pero se desea tenerlo. La policía tiene extrañas relaciones, oscuras relaciones dialécticas con la enfermedad (¿o sería mejor decir el para remedio...?). La enfermedad controla los mercados de drogas del centro de la ciudad, pero no el que hay adentro del templo Alma Máter, convertida por unos y otros mercaderes, ahora sí que cierto, en una cueva de ladrones. La muerte del nombrado desconocido, por ser escandalosa, está que ni pintada para unos y otros (enfermedad y remedio), tanto para asustar a celotes como para controlar a mercaderes del templo que reclaman que se dé al césar lo que es del césar: su imagen. Es un asunto de imagen, de poderle decir a los notables visitantes de otras provincias del imperio que Obamán está construyendo con tramaderas y amores, al mismo modo que lo hicieron los césares en tiempos lejanos, poderles decir que aquí todo está pacificado, que no hay peligro de que este pueblo problemático no rinda tributo, que sí se está haciendo control de eso, y la prueba es la imagen. Medellín tiene una imágen internacional, basada en los espejos de los deseos que venden en Miami, Washington o New York. ¿De quién es la imagen que ven en estos míticos actos? Pues dadle lo que le pertenece. A Dios, dadle lo que es de Dios: la vida. Porque la muerte es la imagen de todo este sistema mítico que se desarrolla en una moderna Jeruzalem, con todo y sus siete cerros.

El que lee, entienda lo que el Espíritu dice a las congregaciones. Y si sigue leyendo, sigue entendiendo.


Por: Héctor Abad Faciolince
UNOS AMIGOS MÍOS QUE NADAN siempre contra la corriente (Pereque Valencia, el fotógrafo Juan Fernando Ospina), en esta época en que los medios impresos están cerrando, resolvieron fundar hace unos meses, con las uñas, un periódico sobre y para el centro de Medellín: Universo Centro.
Para el primer número organizaron un happening: empelotaron un montón de gente y se tomaron una foto en el Parque del Periodista. Tal vez querían decir que iban a hacer un periodismo sin tapujos, transparente. Y así lo hicieron, durante cuatro números.El Parque del Periodista en Medellín, para quienes no lo conozcan, es un sitio curioso. Un grupo de cronistas lo fundó hace medio siglo, erigiendo un busto al decano de nuestra profesión, don Manuel del Socorro Rodríguez. En realidad no es un parque, sino una placita esmirriada con unos cuantos chamizos, unas bancas, una palma amenazada por toneladas de orina pública, y unos cuantos bares. Es tan chiquito el sitio que Pereque lo define como “una dosis personal de parque”. Los rumbeaderos más famosos de ahí son El Guanábano, que es de los hinchas del Nacional, y más arribita el de los hinchas del Poderoso DIM, que tiene un nombre perfecto: El eslabón prendido. El Parque del Periodista es un ejemplo de convivencia, pues los rojos y los verdes se codean en el feliz desquite de la burla recíproca. En los últimos años allá no han matado sino a dos personas (un récord de paz en la Bella Villa), pero no de los clientes ni de los hinchas, sino por dominio territorial entre los jíbaros, es decir, los dealers de perico y marihuana que se creen los dueños de todo.Pues bien, precisamente los jíbaros le declararon la guerra al periódico Universo Centro. Los del periódico querían llevarle más alegría y más cultura al Parque, con exposiciones de arte popular, de pintura y fotografía, con lecturas y librerías. El objetivo de los jíbaros era otro: convertir el Parque del Periodista en una olla sucia y nauseabunda, adonde los jóvenes simplemente fueran a mercar y a consumir vicio. Mis amigos del periódico —faltaba más— no están en contra de la dosis personal de drogas, pero sí están en contra de que los jíbaros, secuaces de los traquetos, conviertan al Parque en un antro.Cuando empezaron a organizar eventos y exposiciones culturales, los jíbaros echaron mano a la pistola. “Esto es de nosotros”, dijeron, “y ustedes no nos van a venir con maricaditas, pinturitas y culturaditas aquí. Lárguense con ese periodicucho pa otra parte”. Los del periódico, cuyo eslogan es “Cualquier cosa menos quietos”, no se amilanaron. Los jíbaros arrancaban los cables del alumbrado público y las maticas verdes; los del periódico pedían iluminación a EPM y se propusieron que la palma no se muriera, poniendo canecas para recoger la orina y pidiéndole un orinal al municipio.Además, publicaron un artículo al respecto. Y los jíbaros, que al parecer saben leer, les hicieron ya una amenaza más elegante: “En Colombia hay muy malos periodistas porque los buenos periodistas están muertos. Ustedes verán de cuáles quieren ser, o de los malos o de los muertos”. En todo caso un buen periódico sobre el centro ellos no lo quieren, pues para ellos no es bueno que el Parque sea un foco de atención.Las intervenciones de la Policía y del municipio no han sido buenas. En vez de iluminación mandaron unos reflectores de estadio que hacen que el parque parezca de día a toda hora. “Ya no es posible ni darse un piquito”, dicen los muchachos. Y la policía se tomó muy a pecho el happening inicial del periódico: van y empelotan e insultan a los pelados que están ahí, dizque buscando drogas y armas. El remedio de la Policía se parece mucho a la enfermedad de los jíbaros: entre unos y otros están acabando con el Parque.¿Qué hacer? Yo por ahora no sé, pero sí estoy seguro de algo: por lo menos que no los amenacen; que pongan una iluminación normal, un mingitorio, y que la Policía aprese a los jíbaros pesados, en vez de humillar y atemorizar a los muchachos que pacíficamente fuman marihuana. En todo caso la combinación entre consumo permitido y comercio prohibido no funciona.