miércoles

La orientación

Una nueva puerta y un nuevo camino que piden pista ante la vejez del aeropuerto y las antiguas formas de proceder calcinadas por un Viviente siempre nuevo.

Mientras tanto, en el teléfono suena una obertura de Bizet; contesto, eras vos: calmada y linda. Limpia como tu voz, como tu risa, como tus pensamientos...

Sigo apurando el delicioso tinto del momento y recuerdo que lo delicioso del tinto es el amarguito indefinible mezclado con el dulce que uno le agrega.

Así paso este día, entre largas caminatas, conversaciones con Dios, tragos dulces mezclados con amargos, muertes y resurrecciones, preguntas y respuestas instantáneas que harían a cualquier científico indiscreto invocar a la superstición o a la locura.

Sintonías de todo lo que se siente imposible de conocer y siempre tan distante a la razón -tan superficial para perderse en el mar como las tortugas que siguió Custeau en Sipadan. La veo allí, monolítica, congelada, muerta. Pienso que era mejor sobrevivir a esa muerte que sentirse vivo gracias a su existencia. La veo atrapada, buscando el aire en un espejismo, muriendo engañada por su propia trampa antiengaños. La veo y no puedo evitar que salga una lágrima descarriada por los ojos del espíritu que sobrevive y supervive a todas esas muertes, aunque le duelan un poco y en silencio.

Ahora sigo con mi espíritu más allá, conociendo las cavernas donde tantos se han extraviado. Volteo por última vez y veo los cadáveres en procesión de tantas tortugas, de tantos aventureros porfiados, comenzando desde Platón y desde antes. Seco mis lágrimas y volteo. Ya no puedo hacer nada por ellos. Miro adelante y encuentro a los vivos.

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